lunes, 9 de septiembre de 2019




EL ERROR,  LA  INFORMACION   Y  EL CONOCIMIENTO:
   Aletargados por la cruda  he inmerecida realidad se encuentran, sometidos por la carencia de medios materiales para viabilizar lo elemental  en  los términos  que establece la realidad social del presente, un presente que parece perpetuarse en función de lo tangible, haciendo crecer la brecha  entre el discurso y la realidad misma;  se cuestionan sus capacidades y aptitudes, en términos prácticos ponen en duda sus competencias todo lo que creen entender parece desmoronarse ante la incontenible y aplastante fuerza de la realidad.
   Ésta aplastante he indetenible fuerza continua  alimentando este letargo y a su vez una creciente angustia que se traduce la necesidad de un cada vez  menor margen de maniobra. Se disponen a revisar en profundidad que acciones son necesarias a corto, mediano y largo plazo a los efectos de superar la aguda crisis que los aqueja, así coinciden en que es necesario evaluar los pasos dados y sus resultados, verificar lo bueno y establecer lo malo y erradicarlo, no es posible un error más so pena de perder la vida misma y comienzan el diagnostico de las acciones implementadas, acciones que los conducen prontamente a una evaluación mayor, se descubren acorralados no por las acciones mismas que implementadas desde los fundamentos tecnicojuridicos y contable administrativos debían haber sido acertadas, sino por la intención personal que cada uno en su corazón guardaba, esta se evidencio era un lugar común para todos, más allá de los técnico administrativo, más allá de lo jurídico y lo contable fue apareciendo  la realidad que fundamentaba todas las acciones e inacciones que los condujeron a su ya ahora justificado presente, en el marco del breve pero contundente análisis la prima causa estaba allí a la vista de todos siendo invisible, oída por todos sin que fuese pronunciada por alguien golpeándolos desmedida y brutalmente a todos siendo inmaterial. ¿Cómo nombrar aquello que se alberga en el corazón de todos que aun siendo intangible, invisible, insonoro pero que los lesiona tan grandemente?; el primero dijo malos sentimiento o mal corazón, otro dijo desamor, alguien dijo egoísmo, alguien más propuso falta de compasión, y la lista de propuestas creció sin acuerdo inicial:  irrespeto, incomprensión, avaricia, creían tener claramente identificado el origen de sus errores, mas sin lograr establecer un término que aplicare  a los efectos de nombrarlo correctamente y sin desviaciones que permitieran que siendo causa se confundiese con sus efectos de aquello que inicialmente  los aletarga y los angustia.   Todo eso que se identifica a los efectos de establecerse, debe nombrarse luego de que se percibe y quien incapaz de percibir aquello sin nombre aun, desborda en sus errores y a ese ritmo se somete a sus consecuencias, que entendieron deben ser llamados resultados más que consecuencias…

Utopía del pasado necesidad del presente.



 

    
 
    
    


Utopía del pasado, necesidad del presente.
  
   Decían los abuelos que en las calles San Diego de Alcalá, como se conoce mi pueblo en el estado Carabobo que  las expresiones de buena vecindad eran espontáneas, lo que suponía respeto, honestidad y sinceridad como fundamentos de las relaciones interpersonales que se reflejaban a diario, en todas las actividades, desde el saludo mañanero hasta la despedida afectuosa por las noches entre unos y otros pobladores  del mismo espacio y  sujetos a una misma realidad. De esto dependía la sana y bien valorada convivencia de aquella época ubicada entre 1850 y 1970, aproximadamente. 

  De prácticas simples y efectivas, nuestros tatarabuelos lograron para su tiempo un singular y hoy extraño modo de relacionarse, donde la solidaridad se manifestaba de manera recurrente. Por ejemplo, para la cría de cerdos, si se reconocía en el pueblo que algún vecino tenía un buen verraco  (un cerdo macho o cochino no castrado que se mantenía intacto, reservado para la función reproductora y asegurar, así, que el patio o rebaño se mantendría con la obvia colaboración de las hembras), los demás vecinos acordaban con su dueño el encierro de sus hembras para lograr buenos y numerosos partos y así luego del destete, compartir las crías y favorecer el desarrollo y aumento de la cantidad de animales. 

  Sí!. En aquella época, la cría de animales y la agricultura ocupaban la mayoría del tiempo de los lugareños, ya que el comercio se fundamentaba, principalmente, en el trueque o intercambio de bienes, aun cuando se daban algunas negociaciones con el dinero de la época.

   Igual ocurría con las gallinas. Si algún parroquiano sufría en el patio de su casa o criadero, de alguna enfermedad que diezmara sus aves, no eran pocos los vecinos que ofrecían nuevos pollos para que éste superase su crisis productiva y recuperase sus niveles de producción de aves y huevos lo antes posible. En este caso, el compromiso se sobreentendía de manera recíproca; si algún día, otro vecino se veía afectado por un fenómeno parecido, contaba con su apoyo y asistencia para suplir aquella eventual carencia, lo cual se cumplía invariablemente.

   En cuanto a la agricultura, las extensiones de los conucos o sembradíos  abarcaban  desde el sector el “Trastorno” hasta “el Rincón de los Pavos” y   las “Morochas” pasando previamente pos sectores “Majaguyal”  y el “Ororal”, orientados al Sureste;  hacia el Norte geográfico, se hablaba de “El Polvero”, “El Origen”, “La Luz”, “La Cumaca”; en dirección al  Oeste,  “Sabana en Medio”,  “Monteserino”  y  “Monte Mayor”; y, con orientación Suroeste,  Hacienda “La Caracara”,  entre otros sectores. Más allá de los solares (patios de la casas), con frecuencia, estos conucos  de unos y otros  se entremezclaban; esto, por no existir en aquel entonces barreras físicas que delimitaran las propiedades y, al final, se compartían las cosechas; y aun así, ninguno era capaz de transgredir los límites de sus predios. Y es que se dice también que en los tiempos de  los abuelos,  hasta se evidenciaba algún grado de desapego por lo material; considerándolo parte de  todo aquello que suponían sus pertenencias de relativa importancia si, pero de poca trascendencia; este escaso valor se evidencia al momento del acompañamiento mutuo en los velorios de aquellos que con frecuencia a muy avanzada edad, (casi siempre por encima de los 80 años) se despedían de esta existencia). En esos momentos, se  manifestaban populares expresiones como: “Llegó y se fue con la manos vacías, pero, vivió bien y en paz su vida en la tierra. Dios y la Virgen le permitan en el otro mundo una vida igual” o, “Una vez nos molestamos hasta el día en que me ayudó con los animales cuando se me enfermaron. Q.E.P.D.”

   Ciertamente, la agricultura y la cría de animales eran las actividades que ocupaban la mayor parte del tiempo de casi todos los sandieganos. De manera particular, se dedicaban al cultivo de café, ñame, auyama, yuca, ocumo, frijol y maíz, entre otros rubros. Las faenas respetaban los ciclos naturales de invierno y verano, tanto como los de la luna, para asegurar ser provistos de cosechas sanas y abundantes; de igual manera se tenía cuidado de “ayunar” la noche anterior del contacto íntimo, si se estaba  previsto manipular en siembra, poda y hasta riego alguna planta delicada o sensible a este hecho. De allí, de la cosecha, se desprendían, a su vez, muchas otras faenas o tareas desarrolladas con ingenio y perspicacia por los abuelos en función de conservar los frutos cultivados, en muchos casos, el ñame en fosas. Sí. En fosas excavadas  en los mismos patios que podían aproximarse en sus dimensiones, a los tres por tres metros de superficie por unos ochenta centímetros de profundidad (3 x 3 x 0,80 mts.) y se cubrían con láminas de zinc, paja o tablas para evitar que se mojase donde se almacenaba el tubérculo. Claro, cada cierto tiempo debían (desretoñarse). Es decir, quitarles los retoños (brote de nuevos tallos), tarea que realizaban niños de alrededor de siete años de edad o menos, por ser livianos para evitar dañar el ñame (aplastarlos), y de esta forma, se lograba que los niños se aproximasen a las actividades propias de los adultos de forma divertida y productiva, sin suponer explotación del menor. 

  Por otro lado, el maíz en trojas, que eran unas estructuras improvisadas de al menos cuatro patas, a unos cincuenta centímetros de altura. Sobre estas  patas, se hacía una cama de palos o tablas que, además, se techaba con paja igualmente para evitar que el maíz seco, allí almacenado, se mojase (refieren que algunas trojas quedaban tan fuertemente construidas que funcionaban como camas fuera del periodo de almacenamiento, o ratos de descanso). Pero, hablamos de almacenar el maíz seco que, luego de la primera cosecha o jojoto, debía la planta de maíz doblarse a la mitad de cada tallo, aproximadamente, a un metro de altura. De esta forma, se evitaba que fuesen los pericos y otras aves quienes disfrutaran de la segunda cosecha, tanto como que el agua del invierno dañaran la planta malogrando el fruto, en fin esta despensa (la troja), se servían los antiguos para pilar el maíz con el que se hacían, a su vez deliciosos bollos, hallaquitas y arepas (todos panes con distintas formas, sabores y maneras de cocción elaboradas a base de la harina de maíz). Aquellas arepas se trasladaban para el intercambio comercial en totumas. Estas totumas son recipientes o tazas grandes formadas con las mitades del fruto del taparo, que resulta ser una especie de calabaza de concha muy resistente, sirviendo así para la elaboración de utensilios de cocina como; cucharas, pocillos y totumas o platos hondos por su forma. Imagínate tres hallaquitas por una locha y cinco arepas por un real; pero, antes de estar listas para comérselas; el proceso suponía que  la mazorca de maíz, ya seca, proporcionaba no solo los granos a pilar (moler en pilón o machacar) sino las hojas para envolver la hallaquita en cuestión, para luego de elaborada, ser  cocida la masa de maíz pilado en este envoltorio; la masa  se preparaba a partir del maíz en ese proceso de (pilado), y del pilado se desprendía la concha del grano  formándose el nepe, el cual a su vez se usaba como alimento para los cerdos. Aquello era un ciclo productivo altamente eficiente que permitía aprovechar todo. Hasta la tusa o mazorca, una vez desprovista de los granos de maíz, se asimilaba como leña de rápida combustión para el agua del café o freír un huevo; otros reseñan, incluso, que se usaba como artículo de higiene personal en la época como, por ejemplo, esponja de baño.

   Seguramente, todo lo narrado hoy y vivido por los mayores influye en quienes somos oriundos de San Diego de Alcalá. Muchos tenemos en nuestras memorias y corazones esas grandes lecciones de hermandad, ayuda mutua y sana convivencia; aun cuando existían diferencias y hasta riñas existían. Pero, privaban el respeto y la buena vecindad por encima de aquellas. Igual, hoy, pudiésemos los sandieganos superponer el interés colectivo antes que dejar que priven los puntos de desencuentro, teniendo claro que, al nacer, somos provistos de eso a lo que no se puede renunciar; como lo es  nuestro gentilicio.

   Por otra parte, desde aquellos recuerdos, siempre quedó claro que San Diego de Alcalá,  hoy  Municipio autónomo, ha contado con tres santos patronos: San Diego de Alcalá, muy valorado como agricultor a quien se ofrendan aun hoy, los mejores y más grandes frutos, de los ahora muy pocos conucos que sobreviven a la fecha; Nuestra señora de la Candelaria, que con la luz de una candela o vela, y el niños Jesús en sus manos ilumina la vida del cristiano, al tiempo que propone a su niño como gran iluminador de nuestras conciencia y espíritu;  y San Dieguito, una imagen religiosa de San Diego de Alcalá (el santo patrón principal de menor tamaño) que los pobladores recibieron tiempo después y que, cariñosamente, encarnó en el imaginario colectivo como tercer protector del pueblo desde su creencia religiosa. 


  Así, en mi pueblo, aun en este atribulado presente, se celebran tres fiestas en honor a sus santos: el 2 de febrero, Nuestra Señora de las Candelas; 13 de noviembre San Diego de Alcalá y el 8 de septiembre San Dieguito.

   De allá de aquel utópico pasado a este tiempo, urge que mi pueblo reconozca, rescate y reábrase aquellos valores de antaño. Infiero que, muy probablemente al lograrlo, se reinstauren sus muy benéficos efectos que hoy son tan necesarios. Todo esto lo ambiciono sin desconocer los avances científicos y tecnológicos, el crecimiento demográfico y urbanístico; en fin, el cambio de época. Pero, el hecho es que, de forma recurrente, los sandieganos de hoy asumimos, en conversaciones frecuentes, ahora a cada rato por laas redes sociales que la ausencia de estos valores ha generado una crisis de identidad que atenta con la sostenibilidad del pueblo todo. De alguna manera algunos hoy, promovemos el rescate de su natural y propio civismo.

   En fin, con un incierto mañana en lo que se refiere a la rehumanización de mi pueblo, hoy comparto con quien gentilmente dedica algo de su valioso tiempo a leer mis añoranzas tanto como mis anhelos, deseando que en cada uno de sus pueblos, los valores de antaño de San Diego de Alcalá en el Estado Carabobo de mi país Venezuela sean cosa del día a día, y que sean capaces de reconocerse como iguales integrantes de sus comunidades comprometidos con respetarse, apoyarse de manera solidaria,  llegar a quererse en el más elevado de los sentidos,  y que este amor se refleje en las calles de sus  pueblos.  Creo que no en pocos sitios del planeta, sin distingo de latitudes, de idiomas, de credos religiosos, condiciones socioeconómicas, ni siquiera aun de las preferencias político-ideológicas, todos debemos ser capaces de reconocer que en nuestros espacios de interacción diaria,  (me refiero al trabajo, colegio, congregación religiosa, equipo deportivo, fracción partidista), alguna vez, por algún tiempo, hubo la capacidad de hacer una realidad material esta utopía antes descrita; y es para mí motivo de ocupación que ésta, mi generación,  sea capaz de reconocer y asumir las necesidades y compromisos que el presente demanda. 

  No son pocos los profetas del desastre, no son menos las aves de mal agüero. En casi todos los pueblos, la política se interpreta de manera que poco favorece al aproximarse a estadios utópicos (o al menos existe una gran brecha entre lo que expresa el discurso y lo que la realidad refleja) ..., que le brinden eventualmente  algunas generaciones de sus conciudadanos bellos recuerdos a ser reseñados por la historia oral y escrita, intentando destacar lo hermoso y mágico de aquella utopía del pasado y atenuar así, las necesidades del presente.  


Luis Herrera Siriki.
0424 4582018
ynojosaluis@gmail.com 

Recopilación de cuentos y anécdotas compartidas por  Cirilo Herrera Padre (+), Catalina Flores  Abuela (+), Ramon Meza (tío), Mario Caballero (suegro), Francisco Peña (Cohetón). y resumen de "EL VERRACO DE EDUVIGUEZ" de "EL APRENDIZ".


  

viernes, 3 de mayo de 2019

La Cruz del Macomaco y su morocha del Hoyito.

                                                


Hablar de la Cruz del Macomaco en San Diego de Alcalá es fácil, pues siempre ha estado a la vista de todos en el valle, lo difícil es precisar ¿el por qué? y ¿desde cuándo esta allí?, así hoy se especula pues son varias las versiones sobre la poderosa razón que motivase el hecho de colocar la Cruz en la cubre del Macomaco. Preciso a manera de inicio, que el Macomaco es la cumbre más alta de la serranía que pone limite al Valle de San Diego en dirección al Este geográfico, separando San Diego por un extremo de Quebrada Honda y Yagua, y por el otro extremo de los Guayos. Comentan los estudiosos que en lengua de los originarios, el término “Maco” significa alto, por ende Macomaco es; alto alto, doble alto o, más lógico en este caso “el más alto”.

Lo cierto es que desde siempre este “pico e’ cerro” marcó en mucho la cultura de los sandieganos, todavía hoy aun siendo invierno si este no se encapota no llueve. Antes hubo un tiempo donde subir y bajar el Macomaco era un acto de turismo y recreación muy valorado, incluso había quien subía y bajaba dos veces el mismo día, mientras se degustaba un buen aguardiente solo para humedecer los labios, dado los riesgos propios del ascenso y descenso. Y así se iban generalmente en partidas que podían ser de 3 a 15 compañeros superando el camino del otro lado del rio, pasando el cruce del “Majaguyal” a la derecha, el “Callejón de los pavos” a la izquierda y luego dejando a la derecha también el saque de arcilla del “Ororal”, pasando el sector “el trastorno” este camino se terminaba en las horquetas morochas que remataban la cerca de la sabana, hoy en día este espacio es conocido como “Mini Granjas las Morochas”, en alusión al par de horquetas antes mencionada, de allí la gente se enfilaba vía la “Cebadilla”, superando “la quebrada de las tablas” y “quebra de agua” dejando al lado derecho a “Cerrito redondo” ya entrando en la pendiente para buscar la fila de cerro que zanqueando quebradas y piedras hasta llegar al “mira culo”, que es aun el tramo más empinado y peligroso por esta vía, con tampoco tan poco espacio que obligaba a subir y bajar de espaldas a la pared del cerro o, en cuatro patas dando origen al nombre al paso del camino, de allí a la fila del cerro nuevamente y ya se estaba en la cumbre del Macomaco, desde donde se divisa con claridad todo el valle poblado de San Diego, los Guayos, Guacara, incluso si las nubes lo permiten parte del Lago de Valencia, suponiendo esta vista parte de la recompensa por el esfuerzo, pero al llegar todos eran recibidos por la Santa Cruz con sus brazos siempre abiertos amorosamente, para quienes en devoción se arrodillaban y se persignaban.

Si hoy por hoy, todos quienes tienen superan 7 décadas de memoria, afirman que la Cruz siempre ha estado allí. En un tiempo la Cruz fue de madera pintada de blanco, en otro tiempo madera revestida con morocotas de plata, hecho que marco un penoso accidente que costó dos vidas, evento que posiblemente se detalle en otro momento; luego las cruces han sido de perfiles metálicos de bajo calibre, hasta de tubo estructural, no siendo más valiosa una que otra, ni menos hermosa, ni menos significativa; la cruz del Macomaco ha superado sabotajes, actos de vandalismos y excesos de ocio por intentar darle nombre a la acción de desmontarla o dañarla de algunos de tiempo en tiempo. Lo cierto es que no son pocas las generaciones de sandieganos que han crecido, siendo supervisados de manera silenciosa por la cruz del Macomaco.

Muchos cuentan igualmente que en la época cuando la agricultura ocupaba la mayor parte del tiempo de los sandieganos, todas las haciendas: Monte Mayor, Monteserino, la Cumaca, La Cara cara entre otras, veneraban a la cruz en sus plazas principales de manera especial en su día el 3 de Mayo, pues este día marcaba la entrada de las esperadas lluvias para dar inicio al ciclo de siembra de invierno. En las haciendas y casas las cruces eran revestidas con hojas de mango, con hojas de maíz, con papel de seda de muchos colores o simplemente pintada de blanco; pero siempre muy bien adornada con palmas y flores de todo tipo y de todo color, esto porque luego del velorio de Cruz, la misma debía asistir a un baile en el cielo con las otras cruces; el velorio suponía un rezo, es decir, se entonaba el Santo Rosario dedicado a la Cruz de manera solemne entre hombres y mujeres en acción de agradecer por la vida, por la salud y por la abundancia de las cosechas, luego se daba paso a una fiesta para toda la gente del lugar, con comida para todos; dulces criollos y juegos para los niños, dulce de lechosa, jalea de mango, majarete, chicha, carato, carrera de sacos, huevo en cuchara, ponle la cola al burro, carrera de cintas, competencias de perinolas, gurrufios,metras y trompos, entre otros y para los adultos, no faltaba un buen aguardiente con música de cuatros, guitarras y maracas, pero en la música el momento más esperado era hacer sonar el cumaco, con los versos sueltos improvisados y con versos en contrapunteo, algunos velorios se prolongaban 2 y hasta 3 días, pues se alternaba con bolas criollas, domino, barajas, el zorro y las gallinas que eran los entretenimientos de la época para lo adultos con hervidos de gallina y de res, con hallaquitas y arepas de chicharrón y totumas de asadura y carne de cerdo principalmente, de cuando en cuando se hacía reventar un poco de carburo en una guafa de bambú, para reconvocar a la multitud si había más música y más comida, así se compartía de manera armoniosa, sin pleitos ni faltas de respeto en un ambiente familiar eso sí, si el jolgorio era de 2 días eran dos rezos y si eran 3 días , pues debía resarce los tres días de manera previa a la fiesta para no desvirtuar, ofender o relegar el acto principal de veneración.

Así de la Cruz del Macomaco, el ¿desde cuándo? es impreciso a mis medios y el ¡¿por qué?, es altamente especulativo:
Unos dicen con cierta lógica, que como predominaba la agricultura y el día de la cruz comenzaban la lluvia, era un acto de agradecimiento y veneración en un obvio sincretismo, mágico religioso.

Otros dicen que alguien en algún momento se enfermó de gravedad y ofreció una promesa a la Santa Cruz, y cumplir luego de curarse, pagar la promesa suponía colocar la Cruz en el pico el cerro.
Hay quienes dicen que entrando en aceptación de la fe cristiana, como parte de las creencias de aquel entonces, se vio pasar una raya de candela en cielo, (la historia especula que era el cometa Haley en una de sus visitas) y que para que no se quemara el mundo había que protegerlas cumbres con la cruz.

Pero mi justificación favorita, sin negar ninguna de las anteriores, es un recuerdo propio de lo que me contó para algún momento, mi vecina Servidea Ibarra Q.E.P.D., siendo yo un chamo de unos 10 años del recuerdo destaco, las clinejas de cabello de Servidea tejidas diestramente por sus propias manos una sobre cada hombro para luego hacer con ambas un solo moño, quien sin retirar el cigarrillo de su boca, el cual fumaba con la candela pa`dentro me respondió con elocuencia, simpatía y ternura; “gua muchacho, eso fue hace tiempo cuando el pueblo no tenía iglesia, que un cura llego gracias a Dios, porque Mandinga colgaba una hamaca de la punta e`Mcomaco al Hoyito, (El Hoyito es otra serranía que cierra el valle en dirección norte del cual comentare en otro momento); y entonces se mecía sobre el pueblo y atormentaba a la gente. Aquel cura en misión subió esos cerros a poner las cruces para que el Diablo (por temor al signo de la cruz), no llegara más nunca a colgar su hamaca, y desde tiempo la gente en San Diego vive tranquila, con Dios y la Virgen y la protección de la Cruz”.

Servidea Ibarra  Q.E.P.D. , fue presentada el 26 Septiembre 
de 1.906 y contaba que recordaba este hecho también.





Luis Herrera.