Utopía del pasado,
necesidad del presente.
Decían los abuelos que en
las calles San Diego de Alcalá, como se conoce mi pueblo en el estado Carabobo que las expresiones de buena vecindad eran espontáneas, lo que suponía respeto,
honestidad y sinceridad como fundamentos de las relaciones interpersonales que
se reflejaban a diario, en todas las actividades, desde el saludo mañanero
hasta la despedida afectuosa por las noches entre unos y otros pobladores del mismo espacio y sujetos a una misma realidad. De esto
dependía la sana y bien valorada convivencia de aquella época ubicada entre
1850 y 1970, aproximadamente.
De prácticas simples y efectivas, nuestros
tatarabuelos lograron para su tiempo un singular y hoy extraño modo de
relacionarse, donde la solidaridad se manifestaba de manera recurrente. Por
ejemplo, para la cría de cerdos, si se reconocía en el pueblo que algún vecino
tenía un buen verraco (un cerdo macho o
cochino no castrado que se mantenía intacto, reservado para la función
reproductora y asegurar, así, que el patio o rebaño se mantendría con la obvia
colaboración de las hembras), los demás vecinos acordaban con su dueño el
encierro de sus hembras para lograr buenos y numerosos partos y así luego del destete, compartir las crías y
favorecer el desarrollo y aumento de la cantidad de animales.
Sí!. En aquella
época, la cría de animales y la agricultura ocupaban la mayoría del tiempo de
los lugareños, ya que el comercio se fundamentaba, principalmente, en el
trueque o intercambio de bienes, aun cuando se daban algunas negociaciones con
el dinero de la época.
Igual ocurría con las
gallinas. Si algún parroquiano sufría en el patio de su casa o criadero, de
alguna enfermedad que diezmara sus aves, no eran pocos los vecinos que ofrecían
nuevos pollos para que éste superase su crisis productiva y recuperase sus
niveles de producción de aves y huevos lo antes posible. En este caso, el
compromiso se sobreentendía de manera recíproca; si algún día, otro vecino se
veía afectado por un fenómeno parecido, contaba con su apoyo y asistencia para
suplir aquella eventual carencia, lo cual se cumplía invariablemente.
En cuanto a la
agricultura, las extensiones de los conucos o sembradíos abarcaban
desde el sector el “Trastorno” hasta “el Rincón de los Pavos” y las “Morochas” pasando previamente pos
sectores “Majaguyal” y el “Ororal”,
orientados al Sureste; hacia el Norte
geográfico, se hablaba de “El Polvero”, “El Origen”, “La Luz”, “La Cumaca”; en
dirección al Oeste, “Sabana en Medio”, “Monteserino” y “Monte
Mayor”; y, con orientación Suroeste, Hacienda “La Caracara”, entre otros sectores. Más allá de los solares
(patios de la casas), con frecuencia, estos conucos de unos y otros se entremezclaban; esto, por no existir en
aquel entonces barreras físicas que delimitaran las propiedades y, al final, se
compartían las cosechas; y aun así, ninguno era capaz de transgredir los
límites de sus predios. Y es que se dice también que en los tiempos de los abuelos,
hasta se evidenciaba algún grado de desapego por lo material;
considerándolo parte de todo aquello que
suponían sus pertenencias de relativa importancia si, pero de poca
trascendencia; este escaso valor se evidencia al momento del acompañamiento
mutuo en los velorios de aquellos que con frecuencia a muy avanzada edad, (casi
siempre por encima de los 80 años) se despedían de esta existencia). En esos
momentos, se manifestaban populares
expresiones como: “Llegó y se fue con la manos vacías, pero, vivió bien y en
paz su vida en la tierra. Dios y la Virgen le permitan en el otro mundo una vida
igual” o, “Una vez nos molestamos hasta el día en que me ayudó con los animales
cuando se me enfermaron. Q.E.P.D.”
Ciertamente, la
agricultura y la cría de animales eran las actividades que ocupaban la mayor
parte del tiempo de casi todos los sandieganos. De manera particular, se
dedicaban al cultivo de café, ñame, auyama, yuca, ocumo, frijol y maíz, entre
otros rubros. Las faenas respetaban los ciclos naturales de invierno y verano,
tanto como los de la luna, para asegurar ser provistos de cosechas sanas y
abundantes; de igual manera se tenía cuidado de “ayunar” la noche anterior del
contacto íntimo, si se estaba previsto
manipular en siembra, poda y hasta riego alguna planta delicada o sensible a
este hecho. De allí, de la cosecha, se desprendían, a su vez, muchas otras
faenas o tareas desarrolladas con ingenio y perspicacia por los abuelos en
función de conservar los frutos cultivados, en muchos casos, el ñame en fosas.
Sí. En fosas excavadas en los mismos
patios que podían aproximarse en sus dimensiones, a los tres por tres metros de
superficie por unos ochenta centímetros de profundidad (3 x 3 x 0,80 mts.) y se
cubrían con láminas de zinc, paja o tablas para evitar que se mojase donde se
almacenaba el tubérculo. Claro, cada cierto tiempo debían (desretoñarse). Es
decir, quitarles los retoños (brote de nuevos tallos), tarea que realizaban
niños de alrededor de siete años de edad o menos, por ser livianos para evitar
dañar el ñame (aplastarlos), y de esta forma, se lograba que los niños se
aproximasen a las actividades propias de los adultos de forma divertida y
productiva, sin suponer explotación del menor.
Por otro lado, el maíz en
trojas, que eran unas estructuras improvisadas de al menos cuatro patas, a unos
cincuenta centímetros de altura. Sobre estas
patas, se hacía una cama de palos o tablas que, además, se techaba con
paja igualmente para evitar que el maíz seco, allí almacenado, se mojase
(refieren que algunas trojas quedaban tan fuertemente construidas que
funcionaban como camas fuera del periodo de almacenamiento, o ratos de
descanso). Pero, hablamos de almacenar el maíz seco que, luego de la primera
cosecha o jojoto, debía la planta de maíz doblarse a la mitad de cada tallo,
aproximadamente, a un metro de altura. De esta forma, se evitaba que fuesen los
pericos y otras aves quienes disfrutaran de la segunda cosecha, tanto como que
el agua del invierno dañaran la planta malogrando el fruto, en fin esta
despensa (la troja), se servían los antiguos para pilar el maíz con el que se
hacían, a su vez deliciosos bollos, hallaquitas y arepas (todos panes con
distintas formas, sabores y maneras de cocción elaboradas a base de la harina
de maíz). Aquellas arepas se trasladaban para el intercambio comercial en
totumas. Estas totumas son recipientes o tazas grandes formadas con las mitades
del fruto del taparo, que resulta ser una especie de calabaza de concha muy
resistente, sirviendo así para la elaboración de utensilios de cocina como;
cucharas, pocillos y totumas o platos hondos por su forma. Imagínate tres
hallaquitas por una locha y cinco arepas por un real; pero, antes de estar
listas para comérselas; el proceso suponía que
la mazorca de maíz, ya seca, proporcionaba no solo los granos a pilar
(moler en pilón o machacar) sino las hojas para envolver la hallaquita en
cuestión, para luego de elaborada, ser
cocida la masa de maíz pilado en este envoltorio; la masa se preparaba a partir del maíz en ese proceso
de (pilado), y del pilado se desprendía la concha del grano formándose el nepe, el cual a su vez se usaba
como alimento para los cerdos. Aquello era un ciclo productivo altamente
eficiente que permitía aprovechar todo. Hasta la tusa o mazorca, una vez
desprovista de los granos de maíz, se asimilaba como leña de rápida combustión
para el agua del café o freír un huevo; otros reseñan, incluso, que se usaba
como artículo de higiene personal en la época como, por ejemplo, esponja de
baño.
Seguramente, todo lo
narrado hoy y vivido por los mayores influye en quienes somos oriundos de San
Diego de Alcalá. Muchos tenemos en nuestras memorias y corazones esas grandes
lecciones de hermandad, ayuda mutua y sana convivencia; aun cuando existían
diferencias y hasta riñas existían. Pero, privaban el respeto y la buena
vecindad por encima de aquellas. Igual, hoy, pudiésemos los sandieganos
superponer el interés colectivo antes que dejar que priven los puntos de
desencuentro, teniendo claro que, al nacer, somos provistos de eso a lo que no
se puede renunciar; como lo es nuestro
gentilicio.
Por otra parte, desde
aquellos recuerdos, siempre quedó claro que San Diego de Alcalá, hoy
Municipio autónomo, ha contado con tres santos patronos: San Diego de
Alcalá, muy valorado como agricultor a quien se ofrendan aun hoy, los mejores y
más grandes frutos, de los ahora muy pocos conucos que sobreviven a la fecha;
Nuestra señora de la Candelaria, que con la luz de una candela o vela, y el
niños Jesús en sus manos ilumina la vida del cristiano, al tiempo que propone a
su niño como gran iluminador de nuestras conciencia y espíritu; y San Dieguito, una imagen religiosa de San
Diego de Alcalá (el santo patrón principal de menor tamaño) que los pobladores
recibieron tiempo después y que, cariñosamente, encarnó en el imaginario
colectivo como tercer protector del pueblo desde su creencia religiosa.
Así, en
mi pueblo, aun en este atribulado presente, se celebran tres fiestas en honor a
sus santos: el 2 de febrero, Nuestra Señora de las Candelas; 13 de noviembre
San Diego de Alcalá y el 8 de septiembre San Dieguito.
De allá de aquel utópico
pasado a este tiempo, urge que mi pueblo reconozca, rescate y reábrase aquellos
valores de antaño. Infiero que, muy probablemente al lograrlo, se reinstauren
sus muy benéficos efectos que hoy son tan necesarios. Todo esto lo ambiciono
sin desconocer los avances científicos y tecnológicos, el crecimiento
demográfico y urbanístico; en fin, el cambio de época. Pero, el hecho es que, de forma
recurrente, los sandieganos de hoy asumimos, en conversaciones frecuentes, ahora a cada rato por laas redes sociales que
la ausencia de estos valores ha generado una crisis de identidad que atenta con
la sostenibilidad del pueblo todo. De alguna manera algunos hoy, promovemos
el rescate de su natural y propio civismo.
En fin, con un incierto
mañana en lo que se refiere a la rehumanización de mi pueblo, hoy comparto con
quien gentilmente dedica algo de su valioso tiempo a leer mis añoranzas tanto
como mis anhelos, deseando que en cada uno de sus pueblos, los valores de
antaño de San Diego de Alcalá en el Estado Carabobo de mi país Venezuela sean
cosa del día a día, y que sean capaces de reconocerse como iguales integrantes
de sus comunidades comprometidos con respetarse, apoyarse de manera
solidaria, llegar a quererse en el más
elevado de los sentidos, y que este amor
se refleje en las calles de sus pueblos.
Creo que no en pocos sitios del planeta, sin distingo de latitudes, de
idiomas, de credos religiosos, condiciones socioeconómicas, ni siquiera aun de
las preferencias político-ideológicas, todos debemos ser capaces de reconocer
que en nuestros espacios de interacción diaria, (me refiero al trabajo, colegio, congregación
religiosa, equipo deportivo, fracción partidista), alguna vez, por algún
tiempo, hubo la capacidad de hacer una realidad material esta utopía antes
descrita; y es para mí motivo de ocupación que ésta, mi generación, sea capaz de reconocer y asumir las
necesidades y compromisos que el presente demanda.
No son pocos los profetas
del desastre, no son menos las aves de mal agüero. En casi todos los pueblos,
la política se interpreta de manera que poco favorece al aproximarse a estadios
utópicos (o al menos existe una gran brecha entre lo que expresa el discurso y
lo que la realidad refleja) ..., que le brinden eventualmente algunas generaciones de sus conciudadanos
bellos recuerdos a ser reseñados por la historia oral y escrita, intentando
destacar lo hermoso y mágico de aquella utopía del pasado y atenuar así, las
necesidades del presente.
Luis Herrera Siriki.
0424 4582018
ynojosaluis@gmail.com
Recopilación de cuentos y anécdotas compartidas por Cirilo Herrera Padre (+), Catalina Flores Abuela (+), Ramon Meza (tío), Mario Caballero (suegro), Francisco Peña (Cohetón). y resumen de "EL VERRACO DE EDUVIGUEZ" de "EL APRENDIZ".